Cuando llega el verano, proliferan las recomendaciones sobre cómo proteger la piel para la mayor exposición solar de estos meses y cuáles son las cremas más adecuadas para cada uno de nosotros. Pero más allá de estos consejos, hay que tener en cuenta otras partes de nuestro cuerpo con las que hay que tener cuidado. Como los ojos o la cabeza, sobre todo a determinadas edades.
Por poner un ejemplo, los ojos de los niños son 20 veces más sensibles que su piel a la radiación solar y, por tanto, también necesitan una protección adecuada. Lo mismo ocurre con las personas mayores, que, a causa de la edad, tienen los ojos más sensibles que los jóvenes y adultos. En general, hay que tener en cuenta que la protección frente al sol debe realizarse de manera global.
Gafas oscuras y cabeza cubierta
En el caso de los ojos, es necesario extender el hábito de poner gafas de sol a los niños y niñas, porque sus ojos todavía no están completamente desarrollados. Para garantizar una buena protección y por no ser sólo complementos de moda, lo mejor es adquirirlas en establecimientos de óptica. Las gafas que se pueden encontrar en otros lugares pueden ser más baratas, pero también pueden acabar siendo más dañinas, ya que provocan que la pupila se dilate más y reciba más cantidad de rayos ultravioleta.
Los especialistas recomiendan utilizar gafas con monturas de plástico y con cristales marrones o grises y descartar los más oscuros. Es recomendable complementar esta protección con el uso de gorras con visera o sombreros que protejan la cabeza, sobre todo en las horas de mayor insolación.
La protección de la cabeza, de hecho, es aconsejable a todas las edades -especialmente en las personas mayores-, ya que es una de las partes del cuerpo más sensibles al calor y los rayos del sol. Para los mayores, lo más apropiado es el uso de sombreros de ala ancha que tapen también las orejas y la parte posterior del cuello. También se recomienda tapar todo el resto del cuerpo con ropa, sobre todo en las horas centrales del día.
Hidratación
El tercer consejo a tener en cuenta es el de la hidratación regular. Para evitar golpes de calor y la deshidratación, es necesario beber líquidos -especialmente agua- de forma regular a lo largo del día, sobre todo si se está expuesto al sol. Esto sirve también para los días nublados, en los que quizá la sensación de calor no sea tan acusada, pero los efectos del sol son igual de intensos aunque no lo parezca.
Y por último, hay que tener en cuenta que el uso de cremas solares no es un seguro contra el impacto del sol en nuestra piel. La exposición a los rayos ultravioleta debe ser progresiva y con paréntesis de descanso para evitar quemaduras y otros perjuicios más graves. Evitar las horas de sol más intenso –entre las 12:00 y las 16:00– es siempre una buena idea.